SOBRE LA ZATTERA DI TERRA
Con este nombre, La balsa de tierra, se estrenó, en
marzo de 2012, el nuevo espectáculo de la compañía Pane e Mate de Milán.
Tras las fructíferas experiencias en la
dirección de”La disfatta di Roncesvalle”
y la redirección de “Sentieri
d´acqua”,
http://youtu.be/3T93DIYj_QI
quisieron
volver a darme en mano el
timón de su nuevo proyecto.
El proceso fue inusualmente largo
para la dinámica habitual de producción de la compañía, pues comenzamos el
trabajo a mediados de Octubre de 2011. Esta prolongación en el tiempo nos
permitió partir de un estudio profundo,
explorando caminos en el interior de la historia individual de cada uno de los
actores.
El tema que se propuso fue la
multiculturalidad. Después de un examen de cómo se expone en los medios de
comunicación, en los programas didácticos y en las propuestas teatrales,
consideré que no nos podíamos quedar en la ilustración de cuentos, costumbres o
hábitos, mas o menos exóticos, que únicamente nos sorprenden o entretienen,
pero que, difícilmente, llegan a hacernos sentir la pertenencia a una matriz
común,
por encima de nuestra propia experiencia cultural.
Comenzamos con la realización del
propio árbol genealógico, la exploración de los orígenes de cada uno de
nosotros nos permitió un movimiento introspectivo, que nos acercó a la
definición de nuestra individualidad, no como accidente aislado sino como fruto
de una serie de individualidades precedentes combinadas.
Cada uno interpretó gráficamente el
árbol a su manera, desde los nombres expuestos consecutivamente, a su
representación en mapas dinámicos con un símbolo para cada elemento. La
exposición del diseño ante los
compañeros nos proporcionó momentos de hilaridad
e interesantísimas observaciones y preguntas, que enriquecieron la visión de
los propios orígenes con miradas nuevas, que tenían la capacidad de hacer
revisar la idea de la propia familia y, por tanto, el reconocimiento de nuestro
espacio dentro de ella y, así, descubrir la tarea que ese grupo humano nos ha
encomendado a cada uno de nosotros, qué papel nos ha sido asignado, dentro de
esa tribu extendida en el tiempo.
La diversidad de las
representaciones se mantuvo en la siguiente fase, en la que propuse un marco
espacial común a todos, el círculo, a la manera de las ruedas de medicina
indias o los tambores chamánicos siberianos. De este modo la información
encontró un orden, una orientación, ligada a los puntos cardinales, los colores
y los elementos de la naturaleza.
Cada uno siguió el propio ritmo,
en cada puesta en común se abrían nuevas vías que conducían al siguiente
tambor, llevando adelante la búsqueda o clarificando elementos confusos del precedente. Los círculos venían constelados
de símbolos personales, trazos espaciales, animales representativos, en un mapa
relacional y afectivo. A veces, la sola superposición al trasluz suscitaba
nuevos caminos, siendo la sorpresa y la curiosidad una constante en estas
sesiones.
No todo fue fácil. El proceso
sacó a la luz miedos y carencias, representaciones deformes de la propia identidad,
bloqueos no resueltos, dificultades de relación con el entorno o con la propia
vivencia. Mi pretensión no era la de hacer ningún tipo de terapia, ni siquiera
de grupo, pero, el enfrentar tan gráficamente la propia realidad, llevó a que
uno de los componentes de la compañía abandonase el proyecto, pues consideró
evidente que su camino personal debía desarrollarse en otros ámbitos. Nos
encontramos con tres elementos de cuatro y justo el que faltaba por incorporar
era el fuego, el crisol, la amalgama de los otros tres.
El trabajo siguió adelante, a la
vez que se buscaba un nuevo actor, por primera vez los tres elementos se vieron
en la obligación de mirar más allá de su entorno habitual, lo que resultó un
estímulo que, posteriormente, se incorporó al guión del espectáculo.
Contábamos con tres personajes: el
que ve más allá, el que escucha el mensaje susurrado por la tierra y el que
surca los caminos del aire. Nos faltaba el constructor. Y a construir nos
pusimos, teníamos la antigua escuela de Fallavecchia, sede de la compañía,(dos
plantas de unos 150 metros y un gimnasio de 60), la carpa de circo plantada en
el recreo y buena parte del jardín. La indicación era el tratar el espacio como
parte de un viaje interior, cada uno según su propia naturaleza.
Durante dos meses nos entregamos
a una labor constante, las reuniones se intercalaron con el ruido de sierras,
taladros y martillos. El acercamiento del nuevo actor fue a través de la
construcción de una peana elíptica para el interior del circo, bromeábamos con
la película Karate kid: “da la cera, quita la cera”.
En los atardeceres todos dejaban
sus ocupaciones y se juntaban para realizar una sesión de percusión, cada uno
con un ritmo y un tipo de parche, intentando encontrar una frase común que
fuera el respiro del espectáculo y que le daría fin, junto al público
percutiendo 150 tambores construidos para la ocasión.
Se crearon espacios de gran
sugestión: una gruta laberíntica, una habitación inundada de semillas a la que
se accede por un tobogán, una estancia
inspirada en la paleta tibetana conteniendo campanas tubulares de gran tamaño,
un puente colgante sobre las nubes que conducía a un desierto de arena,
pasillos y recorridos constelados de pinceladas de estructuras precedentes, una
espacio octogonal inundado de luz blanca, una esfera de ramas entrelazadas de
grandes dimensiones y el circo convertido en nuestra balsa.
Los últimos días fueron de locura
(por otra parte nunca he participado en un estreno que no le falten quince
días), la noche de la víspera era todo un ir y venir de materiales y vehículos,
iluminados por el resplandor de las últimas soldaduras. Fue decisiva la presencia
de amigos y vecinos que se remangaron para dar el último empujón, cuando
nosotros ya estábamos casi al límite de nuestras fuerzas.
Llegó el día del estreno, pusimos
sobre la escena una dinámica que se mostró excesivamente contemplativa frente a
la energía que el público aportaba, los tiempos de los recorridos no estaban
suficientemente coordinados, faltó tensión en la parte final.
Ante estas deficiencias nos
pusimos de nuevo al trabajo y en los días siguientes reformulamos el
espectáculo, replanteamos los recorridos, incorporamos un nuevo actor cuyo
elemento fue el éter representado por los sueños y volvimos a reproponerlo. La
dinámica, más cercana a la fórmula ya experimentada anteriormente por la
compañía, se demostró efectiva, la incorporación del quinto elemento aumentó la
dinamicidad y el final llegaba al crescendo que deseábamos.
La permanencia en cartel del
espectáculo, dos temporadas, permitirá que el proceso de decantación lleve los
elementos a su justo lugar y la generosidad y talla profesional de los actores harán,
de esta propuesta escénica, una experiencia única dentro del panorama teatral.